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lunes, 30 de julio de 2012

VIVENCIAS-3


28-07-12
Uf, la tarde se agranda en la aldea. Sobre todo en verano, cuando los días son largos y no hay que atender a la parva. En la aldea, el tiempo cunde hasta sobrar. En la aldea, el tiempo parece eterno. Y la eternidad no es tiempo. Es otra cosa. La aldea, un manto que cura la ansiedad. Porque en la aldea las distancias son cortas. El tiempo largo y la acción, nada urgente. Las horas no nos persiguen ni nos perseguimos. Cuánto hay que aprender de nuestro “lugar” donde la tarea parece hacerse a sí misma.
Las zagalas en chancletas junto a las carrascas
Silvano llega a La Olmeda --llamaremos así a nuestro “lugar” en esta ocasión— el día 23 de julio al mediodía. Pronto, se hace con ese espacio urbano tan pequeño. Pronto, puede dirigir la vista a la Sierra, tan próxima, tan entrañable, tan compañera.
Manolo el forjador de sueños junto a la carrasca
Tras el almuerzo, ya a la sombra de los muros de la Casa que fuera del Cura, una hilera de sillas de terraza están dispuestas para quien quiera acercarse a la tertulia sin tiempo y sin asunto. A lo que va saliendo. Uf, las tertulias de mi pueblo merecen un detenido estudio sociológico. Una buena tesis doctoral. Uf, cómo fluye un humor entre cáustico y tierno. Ciertos puyazos hechos de fina ironía que, al fin, no otra cosa son que sonrisa y hasta carcajada. Diría que son más bien cosa de hombres. Las mujeres, en sus tertulias, toman otros derroteros. Está Floren, está Pedro, el pastor, está Manolo, que siempre llega puntual desde Barcelona. Está José, el de Monforte… Y otros doctores en tertulias. Tertulias que son como monumentos a la ociosidad.
A Silvano --que es un advenedizo, una ocasión que la pintan calva--  se le atiende en su hambre rural y caprichosa con una diligencia que es digna de gratitud.
--Me apetece acercarme a Las Carrascas de la Modorra.
--Supongo que no querrás ir andando con toda la calor.
--Espera que vaya cayendo la tarde y te acercaré con mi cacharro.
Gruesa tronco de la carrasca, quizá, milenaria
Es Manolo, que, con su hermano Andrés, se acercan a su pueblo desde Cataluña siempre que pueden. Sienten esta tierra, como su padre, que ya es sentir. Manolo de vuelta de muchas batallas. Manolo el forjador de sueños para quien el hierro es como la manteca. El artista. Manolo, cuando ya el sol se aproxima al Cerro, nos lleva con su todo terreno por caminos pedregosos a Las Carrascas.
Otra carrasca
Unas chavalinas pizpiretas, de la familia, que disfrutan como nadie de la libertad, se unen a la excursión. Ya lo sabíamos. Pero qué pena, haber abandonado la niñez. Estela, Irene y Lucía como cabrillas que hasta suben en chancletas a las carrascas.
¿Y qué son Las Carrascas que ya tiene la categoría de topónimo? Parece ser lo que queda de una institución medieval. Tiene que ser muy interesante alcanzar el origen de esta reliquia, que pervive y a la que tan poca atención se le presta. Las Carrascas, quizá milenarias, tan viejas, tan arrugadas, se esconden entra la maleza, entre retoños que crecen en su entorno.
Por favor, a quien corresponda –-no sé si al amigo Pedro Elías— libérese a Las Carrascas del ahogo que sufren para que aparezca un parque de encinas que, quizá, sean milenarias. El parque de Las Carrascas en la ruta de la Modorra. Por favor.

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