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viernes, 4 de noviembre de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-33


33
Claro, en el “lugar” de la Sierra la muerte de una bestia era una desgracia animal pero también humana. En los tiempos que corren se llora la muerte de la mascota o la desgracia del coche que se estrella en cualquier curva o en cualquier recta. En el “lugar” se lloraba la muerte de los machos (mulos), mulas había pocas, y jumentos que son energía viva, sin gasolina, que  arrastra el arado y carga talegas, serones y demás. ¡Cuánto ha llovido! Se llora la muerte de una caballería. Es el afecto que despierta y es la pérdida patrimonial enorme.

Las estructuras para retirar los animales muertos son de arrastre elemental. Por el camino del Pairón del Rosario. Quizá medio kilómetro, quizá ochocientos metros de arrastre y, allí, queda el festín, en la pendiente que se inclina hacia el Barranco del Reajo donde se crían barbos. El festín preparado para buitres y cuervos que rematan la faena entre peleas y disputas de bocados preferidos. Qué enorme espectáculo la presencia de los carroñeros. Concentrados en el ágape, ahítos de despojos,  permiten que los zagales asistan a la representación. Cómo planean, majestuosos, como aterrizan, cómo banquetean. Lo peor es el despegue tras el hartazgo. Y allí quedan los cuervos, en el rosigue definitivo, manchando la escena de negras pinceladas.

Parejo destino humano y animal en la aldea. Subir las costeras del término, arrastrar la fatiga del ciclo agrícola, con genio, con decisión, casi con alegría para después salir unos por el camino de la Fuente hacia el entierro y otros por el camino del Reajo. Unos, devorados por gusanos. Otros, por buitres carroñeros. Qué más da. La proximidad del hombre y el animal, pocas veces tan ciertas, en la vida y en la muerte y en el afecto.

Las relaciones de la sociedad agrícola con los animales de carga y arado. Una relación necesaria. Trascendental. Para la arada, para el acarreo, para la trilla. Y claro, como acogida del campesino, jinete a lomos del animal, hacia la huerta o el molino, o del monte al lugar de las carrascas para “hacer leña”.

La población de personal y de equinos desaparece al ritmo de la llegada de las máquinas. Muchos años hace que, en Mezquita, no hay de esa especie animal. Animales racionales apenas si media docena. Las máquinas acuden a la siembra y a la cosecha. Y poco más. Queda el paisaje. 

jueves, 3 de noviembre de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-32


32
Se vive con animales que cacarean y pían, que cantan como el gallo y la perdiz. Que gruñen, que ladran. Que mayan, que rebuznan, que balan. Y animales silenciosos, como el conejo, que va por la vida escondiéndose y pidiendo permiso para no molestar.

Ovejas que balan que son las que más espacio ocupan en la humilde granja cuando no están paciendo por rastrojos, ricios e iriazos.

Bucolismo
A estos seres mansos, los conduce y guarda el zagal ayudado del perro pastor que allí está para que no haya res que intente salirse del rebaño. En todo rebaño suele haber alguna cabra y menos cabrones. Más rebeldes que las mansas ovejas y que dan más faena. Porque, ya se sabe. La cabra siempre tira al monte, y más el choto, su par macho. Al monte de carrasca cuya hoja punzante es manjar caprino por excelencia. Y parece más alegre la cabra subida a la carrasca que la oveja rastreando pastos.

Y el zagal, que, con una caña, se ha hecho una flauta, mata los tiempos eternos del pastoreo soplando alguna canción, concordada con la música de los esquilos de su rebaño.  Entre los que destaca, el son más ronco del esquilo de mardano. Cada rebaño interpreta su música por los campos. Tantos conciertos como apriscos. El campo es música pastoril.
El pastor y su rebaño

Claro que es un pastoreo rural. Y ovejas, ciertamente rudas. Y pastores que poco tienen que ver con aquellos fingidos pastores de Sannazaro o Garcilaso que pasaban el pastoreo sonando flautas y derramando lágrimas de amores imposibles y resignados. Qué tiempos aquellos. Y las mansas ovejas se olvidaban de pastar escuchando músicas sentimentales. Y se ponían un poco tristes. Y los pastores ni se enteran cuando viene el lobo. En el fondo, las ovejas y pastores se tienen afecto.

Y aunque a Silvano, que parece nombre pastoril, le gusta el rumor, el ritmo y el endecasílabo de égloga y corte, se queda con los pastores de “su lugar”. Se queda con Pedro, el último pastor, con barba de muchos días, que lleva el único rebaño a pastar por la Pardina del Endrinal o por los duros pastos de los yermos donde las reses sueltan el olor a tomillo al hocicarlo.