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viernes, 26 de agosto de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-2

La perdiz y la liebre, codorniz y conejo en el paisaje
2
El Morral. Aquella despensa móvil a la bandolera que lo mismo servía para el transporte del almuerzo y la merienda pastoril que para albergue transitorio de las piezas de caza. Antecedente de las mochilas escolares y de la del profesor de lengua.
El morral del cazador de la aldea donde se guardaban los trofeos de pelo o pluma. De piel de cordero o de paño.
La de la caza es otra faena que se suma al trabajo hercúleo de una agricultura primitiva. Años cuarenta del pasado siglo.
El morral, vehículo de reposiciones alimenticias esperado con ansiedad por la mujer del cazador que despluma y despelleja con habilidad las piezas. Luego, viene el puchero y la sartén.
El placer del perdigacho en escabeche, el banquete de unas patatas con liebre o de una liebre con patatas.
El gozo infantil en el instante sublime de abrir el morral y depositar en aquel patio empedrado tres perdices, dos liebres y un conejo. La satisfacción del padre cazador y de la madre cocinera.
La frustración, la frustración, en ocasiones, cuando la jornada había resultado fallida. El morral.




jueves, 25 de agosto de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS -1

AÑO 2005
EVOCACIONES MEZQUITANAS 

1
Aquellas Navidades de posguerra. Noche Buena. Misa del Gallo en la iglesia fría.
Cardo del huerto y guirlache casero. Cena en la  casa  de Barrio Bajo. La  de la abuela María y el abuelo Perico. El solanar que mira al riachuelo que en 1157 llaman regail ,y, ahora, decimos Pilero. Quizá por las pilas o remansos donde las mujeres fregaban los “vajillos” y hacían la colada.
 La abuela María, ella, menuda, nerviosa y ocupada. De la amplia familia de los Lázaro, alias Cabreras. La mujer fuerte y hacendosa y bíblica.
Aquella cena alrededor de la abuela María y el abuelo Perico, la dignidad, la prestancia andando. Allí, los tres hijos y algunos nietos que llegábamos, poco antes y después de la Guerra.
La abuela María, Cabrera, con su gayata subiendo las costeras del pueblo. Hacia la era, cerca de S. Jorge. Donde todos trillaban los trigos de todos. Sudores y fatigas. Hermandad maravillosa.
A la era apenas si llegaba la suave cojera de la abuela María. Con la falda y refajos al aire. Y La toca. Apenas, a la escondida casa de Florencio,  en el callejón del Barrio de El Castillo. Donde la nuera, mujer del hijo mayor que empezó a darle nietos cada dos años. La toca de la abuela María, la mantilla. Las sayas arrastrando por las calles de polvo y barro. Bajo el delantal, alguna ayudita que siempre era bien recibida. La estampa de la abuela María 
escondiendo algo bajo el delantal. Y su gayata y su cojera.