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jueves, 15 de marzo de 2012

EVOCACIONES MEZQUITANAS-36

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La marrega. En el diccionario de María Moliner, márrega. Término propio de Aragón. Por ello, ese acento esdrújulo se antoja extraño. Cuando la marrega vivía por las eras y pajares de Mezquita de Loscos, las palabras con acento en la antepenúltima sílaba eran poco menos que imposibles. Marrega, que no márrega. Cuando llega el verano y la paja y el tamo se avientan en la era y vuelan por el pueblo y cubren las calles y penetran por el cuello de la camisa y se pierden en el pelo y producen pruritos en la piel,  entonces, la marrega se encarama a los hombros de los mozos y se convierte en protagonista de la aldea.
Entrar la paja al pajar con la marrega es la faena  menos querida de  todas las que giran entorno a la trilla. Otros tiempos. Entonces, las mozas no se emocionaban con zagales metrosexuales que visitan a la peluquera esteticista  para que les tiñan unas mechas antes de darle unas patadas al balón, un fin de semana, en el Bernabéu, en el Calderón o en el Campo Nuevo, ya viejo, del Barcelona. Que va. Entonces, las zagalas mocitas se enamoran de los mozos que, en menos tiempo, vacían más marregas de paja en el pajar. Uno de los trabajos de Hércules, a pleno sol, llenar la marrega de paja, bien prensada, cargársela al hombro y caminar hacia el pajar. Doscientos, trescientos metros, o más, de penitencia. Y vuelta a empezar. Se llena el pajar para el invierno, para las caballerías, para el rebaño. Mientras, verano, sudor, polvo y paja en la era. Tremendo. Separar el grano de la paja que andaban confusos tras la trilla. El viento y  horca de madera lanzando la mies desmenuzada hacían el milagro del divorcio. La selección era cosa, y causa, del distinto peso del grano y de la paja.

La marrega era no más que un saco enorme de color blanco manchado que sirve para transportar la paja al pajar. Bueno, cada marregada en el pajar como un gol del mozo para zagalas tiernas. Los mitos de aquellos tiempos en aquel lugar. Qué tiempos.

miércoles, 14 de marzo de 2012

EVOCACIONES MEZQUITANAS-35


35
Están los gorriones, tan de pueblo, tan cercanos, como las palomas, a la vida cotidiana de las gentes del campo. Los gatos, los perros, las palomas, las golondrinas y gorriones insisten en acercarse a la vida del ser humano a la par que aprenden a esquivar sus crueles ataques. Por razones de subsistencia y por el ancestral instinto cazador  patente, sobre todo, en los zagales, se acostumbra a convertir en blanco de sus pedradas a unos animales tan cercanos. No sucede con las golondrinas a las que se las respeta. Como animal sagrado. Por mayo, llegan de su emigración y pueden, con toda libertad, acarrear barro a los aleros de las casas para construir sus nidos. Asombrosas arquitectas. La golondrina, animal sagrado. ¿Por qué?  
Pobres gorriones que anidan como las palomas en los agujeros de los muros de la iglesia. Inútilmente se acogen a sagrado estas avecicas. También ponen sus huevos en los agujeros de las curvas de las tejas que asoman por los tejados. Cuando las crías están a punto de emprender el vuelo y la libertad, cosa que se adivina por los tonos de sus llamadas, entonces los mozos piensan en su merienda de gorriones. Con sus escaleras y sus ganchos de alambre, recorren el pueblo para escarzar los nidos y hacerse con una buena percha de pequeñas aves, todavía con plumón. La fiesta de los pajarillos fritos. Pobres gorriones, tan domésticos, tan sobrios, tan discretos. Tan humildes los gorriones. Tan pardos.
Paisaje mezquitano sin palomas. Pero también sin gorriones que se fueron al ritmo que marcaba el personal.