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jueves, 27 de octubre de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-30


30
El gato, claro, tiene su función en aquella sociedad primitiva y de subsistencia, pero no más infeliz que la presente. Allí está a la hora de las comidas esperando que algo se descuelgue de la mesa de sus señores. Los huesos, alguna medolla. Allí está en mala avenencia con el perro cuando de aliviar el hambre se trata. La disputa de una misma migaja es la causa de peleas dignas de la guerra de Troya. Digno de ver el enfrentamiento del perro y el gato. Éste descompone su figura que da miedo. Enarca el lomo, enfurece las orejas y el rostro, la cola. Todo su cuerpo se conmueve. Parece un felino de la selva. El can, aunque con más sosiego y seguridad  en apariencia, no las tiene todas consigo. Al fin, después de unos segundos de malas caras y enfrentamiento inactivo, el gato, que ha visto las orejas al lobo, se dispara en veloz carrera hasta el bardal donde el gallo canta sus triunfos. Miradas asesinas, y aquí paz y después gloria.

Pero el gato es necesario en esta sociedad rural de seres humanos y animales domésticos. En la que no se admite a los ratoncillos de campo que pueden hacer estragos en la artesa del pan, en el granero de trigo o en la cebolla del zafrán. Por ello, el gato cazador, nada señorito, ni pijo, ni animal de compañía que acude con frecuencia a la peluquería de la esquina, a su centro de salud y hasta a su hotel de cinco estrellas, tiene un instinto avispado para descubrir la pieza. Y con qué discreción y sigilo espera la ocasión. Sus muestras cinegéticas semejan, a escala menor, a la del perro ante la liebre.

Gatera rudimentaria
Ningún animal doméstico más libre que el gato. Ninguno. Basta que consideremos cómo hasta la estructura de las puertas se adapta para que los felinos caseros puedan gobernar y golfear sus pasiones y sus ocios y tertulias. Por tejados y bardales. Tal vez, con detrimento del sueño de sus amos por cuanto los gatos son poco discretos en algunos menesteres. A lo que íbamos. A los gatos del lugar se les facilita la tendencia a viajar de picos pardos con unas gateras circulares en la parte inferior de las puertas y cobertizos. Se lo merecen, porque el acoso de la fierecilla domada a los ratoncillos era cosa digna de verse. Igual que el tigre en la selva pero en miniatura. Qué safaris para la posteridad. 

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