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viernes, 28 de octubre de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-31


31

Bochiga como globo
El tocino, o los tocinos, siempre solía haber dos, era otra cosa. Son muchas las calorías que los cerdos prestan a los vecinos de mi “lugar” de la Sierra. Con pan y vino se anda el camino. Pero también con el tocino, el magro y el gordo, el pernil curado, la güeña, la longaniza
, el chorizo, las bolas, las morcillas, al adobo.

Y la bochiga que es la pelota, el balón, el globo que divierte a los niños de la aldea. La bochiga, si ustedes lo ignoran, era la vejiga del cerdo que hacíamos sirviera de pelota.

Cerdos almorzando
 Desde la cabeza hasta el rabo todo es bueno en el marrano. El rabo, en el día glorioso de la matanza, se asa en el fuego que ha servido para depilar al animal una vez sacrificado. Es el aperitivo del almuerzo que se completará con unas patatas apañadas con la grasa de la inmolación. Patatas gloriosas. La subsistencia de la aldea pende de este animal entrañable. Pecado y condenación para otros ritos. ¿Por qué?

Los gruñidos del tocino prisionero en la choza que es concierto exasperado cuando barruntan el almuerzo, la hechura, mezcla de salvado y agua y, tal vez, boñigos y, tal vez, pelarzas, peladuras de patatas.
La longaniza se cura

Se les abre la puerta de su choza y la carrera hacia la bacía repleta de almuerzo es carrera olímpica. Sólo para despachar su dieta sale el tocino de su choza o corte como la llaman en Castilla. Su palacio. Allí vive en su estrechez, sin apenas movimiento y ejercicio porque importa el magro pero no menos la grasa. El engorde. Acumular arrobas hasta que le llegue su S. Martín. Es el animal doméstico que menos libertad tiene. Siempre prisionero. Y el animal que más cierto y medido tiene su final.

Un buen día trágico y glorioso, épico, el animal, burlado, sale hacia su banquete diario y se encuentra con el ara del sacrificio. El tocino es un héroe que muere al servicio de la tribu. Un día grande, familiar. La fiesta de la inmolación, la fiesta de la matanza.

Tres productos que me vine a la boca. Al gusto, al olfato y hasta la vista: La longaniza, el jamón y el adobo. Lo recuerdo y, semejantes manjares, me abren el apetito.

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