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miércoles, 5 de octubre de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-24


24
El hogar es el corazón de la casa. El invierno es eterno. Allí están los bancos de madera alrededor del fuego donde se queman las trancas de carrasca. Hierve el puchero con los garbanzos y el tocino. Al fin de la jornada, allí se acomoda la familia para sentir la calidez del hogar. Para atizar el fuego. A veces, no sé si el cierzo o el regañón penetran por la chimenea y consiguen revocar el humo y suscita el picor en los ojos y la lágrima. Por aquella chimenea que se asoma a las eras y a S. Jorge, además del cierz0, entraban los Reyes  Magos.

Los puestos de honor en aquel humilde hogar, para los patriarcas familiares. Los más cercanos al fuego. El abuelo pelaire, entendido en lanas blancas, en el rincón del banco de la derecha. Un poco gruñón y diligente. La cabeza, como un vellón inmaculado. El padre, paciente, bondadoso y callado, de frente en el otro rincón. Los zagales se acomodan como pueden. La madre nunca tiene lugar a no ser para atizar el fuego o atender al puchero. La madre nunca encuentra lugar ni tiempo para el descanso. A veces, saltan las chamiretas de la brasa como estrellas musicales. Los duros asientos de madera se alivian un poco con almohadones alargados que llaman mariquillas. Liviano mullido de virutas de corcho. En el fuego del hogar, se calienta el rostro y se enfría la espalda. Es una calefacción asimétrica.

Noches para recordar, aquellas en las cuales se freían los lomos y costillas del cerdo sacrificado, y longanizas para, a continuación, enterrarlos en tinajas y ahogarlos en aceite. El adobo.

Noches gloriosas y más familiares y más hermosas las del desbrine del azafrán. Romances y relatos de la más vieja tradición se oían en aquellas veladas mientras las flores del zafrán pasaban por diligentes manos.


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