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martes, 4 de octubre de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-23


23
Lo del trujal es un pozo misterioso.
Rematado en unas tablas en las que se vacían las uvas. Por las rendijas se cuela el mosto que, sometido a una fermentación oscura, engendra ese caldo que llamamos vino. Para tratarlo con mesura.

Nada en demasía como decían los clásicos. Moderación. Los hijos de Noé son testigos de a dónde lleva el abuso. ¿Qué quién es Noé y qué batalla o querencia tuvo con el vino? Esas cosas ya no se enseñan. Y qué importan y para qué sirven. Está el botellón de nuestros parques y esos fines de semana  excesivos. Eso sí se comprende. Vivimos al día y de Noé mira qué nos importa.

La vendimia que llega en aquellos cestos cilíndricos –cuévanos se llaman--  para acomodarlos en la albarda de los jumentos y vaciarlos de racimos en el trujal. Y a pisar las uvas con aquellos pies liberados de pedugos y de albarcas. Aquellos pies endurecidos y acostumbrados a recorrer caminos y yermos y barbechos, a subir por aquellos montes. Son los que pisan las uvas. Y el mosto se oye llover en el pozo. Encima de las tablas del trujal queda la brisa, el pellejo de la uva. Esta brisa se prensa en aquellas prensas manuales que chirrían al ser presionadas y suelta en fuentes el poco mosto que queda. Una delicia.

Y llegan los vendimiadores de la viña con sus cuévanos en las caballerías en compañía de un enjambre de avispas que liban el dulzor de los racimos. Los otoños de la vendimia en Mezquita. Cuando viñas había. Que ya no sé cuántas eternidades hace que murió la última. 

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