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jueves, 6 de octubre de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-25


25
Por S. Antón, la gallina pon. No había granjas modernas que aceleraran la puesta y la madurez del pollo. Allí, en Mezquita, no hay granjas modernas. Allí, está el corral y las titas, titas, titas que picotean entre el fiemo y duermen en unos palos ad hoc, en un rincón del cubierto.

Aquellas gallinas que dan huevos y, a veces, les entra la fiebre de la maternidad y se ponen cluecas y se pasan los días amparando y calentando una docena de huevos hasta convertirlos en pollitos y pollitas.

Las pollitas se transforman en gallinas ponedoras. Los pollos se crían lentamente, muy lentamente. Meses y meses. Hasta la fiesta o cualquier acontecimiento. Los pollos antes que se industrializaran, eran la aristocracia rural. Ahora es otra cosa.  

Hay un pollo privilegiado que se indulta para que sea el gallo del corral. El canto imperial y desafiante del gallo, su plumaje vistoso, su cresta palaciega. Y si había dos, las batallas sangrientas suscitadas por celos gallináceos.

Nunca había paz en un corral con varios gallos. El gallo sube al bardal, se asoma a la Sierra y exhibe su canto real.

Las gallinas, más discretas, con su picoteo eterno y su clo, clo, clo... hasta que se esconda el sol por Peñatajada y se acerquen las sombras. La hora de retirarse a descansar.

A veces, sueñan las gallinas en el palo del gallinero. Rrruu, rrruu. Glogloglo... Rrruu.

Y el gallo canta al amanecer.

“Apriessa cantan los gallos y quieren crebrar albores”. (Cantar del Cid)

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