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lunes, 24 de octubre de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-28


28
Con mimo
Los perros de la casa son más bien canes que echan una mano, más bien unas patas, al bienestar familiar. Pertenecen ellos mismos a la familia. Admirable su fidelidad, extraordinaria su disposición para el trabajo que se les encomienda. En general, son perros nada pijos ni señoritos. No son mascotas que alivian la soledad.  
Son perros de entrega vocacional. Cuando el amo coge la escopeta y el morral, Estrella muestra de mil maneras su regocijo porque a ella lo que le gusta es el trabajo. La sintonía con el cazador es total. No es alocada como otros de la especie que, cuando la escopeta quiere darse cuenta, la pieza está fuera de su alcance.

La muestra ante la pieza
Estrella tiene ese sosiego indispensable, esa discreción, ese hacer el bien sin ruido que debe tener cualquier persona o animal que se dedique a la caza. Es una perrita admirable. Por los rastrojos, marca de maravilla los ritmos ante la presencia de la codorniz. Cada vez más intensos, aunque siempre discretos. Al fin, la muestra perfecta y segura. Como un clavo, como una alucinación y un éxtasis hasta que el cazador da la orden precisa para que el pájaro levante el vuelo. El disparo fácil. La pieza abatida y Estrella a buscarla entre la maleza. Y ese bocado amable, acariciador para no dañar la carne delicada de la codorniz.

Agrupa la dispersión
Por los yermos, entre aliagas y tomillos, la muestra es para la liebre que da más trabajo porque, a veces, su salida hacia la cumbre no facilita el tiro. La liebre ya se esconde, ya aparece entre los arbustos una y otra vez. Y, al momento, ya está fuera de tiro tras lanzarte una mirada orgullosa y desafiante. Y hay que oír entonces los lamentos de Estrella porque la liebre se escapa. Los que más trabajo dan a Estrella son los conejos. Y es que los puñeteros se eclipsan entre zarzales y espinos y resulta punzante y heroico sacarlos a campo abierto. En fin, la vida de Estrella es dura como la del resto de la familia pero con esa felicidad del deber cumplido.

Pero hay perros pastores. Y qué delicia observar cómo Sultán conduce al rebaño, por cañadas y trochas. Cómo reúne al rebaño disperso cuando amenaza la tormenta y lo encamina a la paridera. Cómo al ocaso lo dispone para emprender el regreso. Cómo castiga a las ovejas que se empeñan en saborear el fruto prohibido del trigal. Cómo conoce la voz y el gesto del amo para saber qué es lo que tiene que hacer. Un buen perro pastor es un tesoro.   

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