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sábado, 17 de septiembre de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-15

15


Concierto de cencerros
El balar de las reses era de todos los días. Pero, sobre todo, el balar era un concierto de voces varias en época de cría. Los mansos y graciosos y blancos corderillos quedaban en el llamado “cubierto” del corral mientras sus madres y padre-mardano acudían a los pastos yermos y rastrojos. Largas horas de separación familiar que cada miembro superaba como Dios le daba a entender. Los corderillos, en la ausencia, sueñan con la dulce y blanca leche de las ubres maternas. La oveja siente crecer su instinto al ritmo lento en los espacios campestres de los pastos. Una especie de ansiedad creciente invade el campo y la paridera. Un anhelo de reencuentro al crepúsculo. De liberación. De conciliación familiar.

Ternura maternal


Ya vuelve el rebaño. Los rebaños, diez, doce rebaños entrarán en la aldea al anochecer. Rebaños de muchos amos y de muchos corrales. Las calles se llenan de reses y de cagarrutas. En Mezquita, suena el concierto vespertino de balidos adultos e infantiles. Y de esquilos. Y en ese totum revolutum de ovejas y rebaños diversos y balidos sueltos y encerrados, llega el milagro del orden y concierto. El milagro del “destajo”. En cada rebaño puede haber ovejas de dos, tres, cuatro… amos y corrales distintos. Cada oveja a su casa. Los despistes son los menos. Los balidos al máximo y el revuelo de corderos buscando madres, y ovejas buscando hijos, infinito. Y silencio. La ternura, la entrega materna es callada. El mardano, que hace tiempo terminó su labor, indiferente al espectáculo. Insensible y egoísta.


Oveja con cencerro

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