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viernes, 2 de septiembre de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-6


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Algo así era la artesa donde mi madre amasaba el pan


La artesa. Ese “cajón cuadrilongo” que “va angostando hacia el fondo (…). “Sirve para amasar el pan”. En aquel cuarto, siempre en tiniebla. Apenas un rayo de luz natural que llega de lejos sin vigor. Bodega y despensa. La artesa, tronco de prisma invertido. Al fin, una caja de madera. 
“Trae un pan de la artesa”. Vas, diligente, levantas con una mano la tapa suelta, mal ajustada, y con la otra coges el pan de cinta y lo llevas a la mesa. El pan nuestro de cada día, siempre blanco. En la artesa se guarda el pan materno, el único. El último eslabón de la cadena agrícola.
Algo así era el pan de cinta que hacía mi madre
La artesa donde la madre, de madrugada y a la luz del candil, amasa la harina blanca traída del molino, con el agua subida, a pena y fatiga, de la fuente. El brazo generoso, fatigado de brega y de artrosis. Fatigado de revolver la masa. Fatigado de fabricar nuestro pan. Una cuarentena cada masada. En aquella artesa vieja. Bendito pan. Bendita artesa. Bendita y heroica madre.
La caja del horno de mi madre y el mandil  que tejió el abuelo Paulino
La artesa en aquel cuarto oscuro. A la luz del candil tu madre masa la harina blanca. En los toneles, vino de la magra vendimia. A veces, colgando de un clavo clavado en la viga del techo, un conejo o una liebre despellejados. Fruto de la última caería del padre. La artesa.

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