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jueves, 22 de marzo de 2012

EVOCACIONES MEZQUITANAS-39


39

Era la década de los cuarenta. El abuelo Perico venía de la Hilada. De sahumar ratones. Resulta que a los roedores, con demasiada frecuencia, se les ocurría adentrarse en la tierra y dejar hecho cisco el campo de zafrán, la joya de aquella agricultura primitiva. Zahumar ratones era como ahogarlos con el humo que se les inyectaba con un fuelle en los agujeros que fabricaban. El abuelo Perico venía de zahumar ratones en la Hilada. Pareciera que había terminado demasiado pronto la faena.
Por ese camino llegó el abuelo Perico
En el lavadero viejo estaba su nuera, la tía Dolores, dándole, con tajo de jabón de aquellos, a los calzones y camisas de los hombres de la casa. Y el abuelo Perico, revestido de tanta dignidad, en vez de saludar a su nuera y preguntarle ¿qué tal está el agua? le pregunta por el Ángel de la Guarda. Un poco extraño.
La cuestión es que el abuelo Perico apenas pudo pasar el puentecillo sobre el riachuelo, dejar atrás la fragua y adentrarse en aquella casa del Barrio Bajo, tan hospitalaria, y tumbarse en la cama para no levantarse más.
El nieto se ponía de un lado, se aproximaba: Abuelo, ¿qué tal está? ¿Me conoce? El abuelo, apenas alguna leve muestra de vida. Que nos consolaba.
Quizá pasaron ocho días. Era muy pronto. Aún dormíamos. Llegó nuestro padre: Zagales, pronto, arriba. El abuelo ha muerto. Y fue el primer cadáver que viste en tu vida. Eras muy joven.
Y las campañas tocaron a muerto, con ton y son estremecedor. Y por encima del abuelo amortajado, en una estampa enmarcada, estaba el Ángel de la Guarda.

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