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miércoles, 21 de septiembre de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-18

18
La masada de la artesa, puesta en el cesto, ad hoc, de mimbre y caña, con dos asas, llega al horno. Uno de los edificios más nobles del lugar. Entre el horno y la esquina suroeste de la iglesia apenas unos metros. Los carros agrícolas, a veces, raspan las paredes sagradas de estos templos del cuerpo y del espíritu. Me inclino a pensar que la iglesia, agrandada hace justamente dos siglos, se excedió en su acercamiento al horno de pan llevar. Con ello se manifiesta que la fábrica del horno es más vieja que la de la iglesia actual.

Caja del horno y mandil
Las mujeres trocean la masa en cuarenta porciones rechonchas de masa que adornan con una cinta. La guinda. Pan de cinta. Se calienta el horno con aliaga y estepa.

Su turno. Ya le corresponde a fulana, que ha madrugado más, hornear la cuarentena de panes. Ya Máximo, el hornero por subasta, pone su pala en acción par introducir el material en aquella cueva misteriosa de fuego. El olor a pan tierno y blanco. La vista se recrea. Y el sabor. El final de un ciclo heroico. El pan que sale del horno. Cuánta fatiga. Pero qué alegría. El pan, en la artesa, de donde salió la masa, se enfriará, se endurecerá, Tal vez se florecerá. El pan nuestro. Años, muchos, que el horno, como la fuente, llora su ruina.
Edificio tipo nave que sustituye al horno

Pues ya se acabó. El horno, digo. Ya ni su ruina. En vez de restaurar su peculiar techumbre y respetar y restaurar  el espacio donde las mujeres troceaban la masa y esperaban turno para el pan cocer, en vez de todo eso y, se me ocurre, preparar el museo del pan, desde la siembra del grano de trigo hasta que el pan sale del horno, en vez de eso, se acabó con aquella estructura y fue sustituida por un café-bar muy digno, eso sí.

Por el contrario, cuánto me agradó que la bella fuente de sillería 

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