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viernes, 26 de agosto de 2011

EVOCACIONES MEZQUITANAS-2

La perdiz y la liebre, codorniz y conejo en el paisaje
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El Morral. Aquella despensa móvil a la bandolera que lo mismo servía para el transporte del almuerzo y la merienda pastoril que para albergue transitorio de las piezas de caza. Antecedente de las mochilas escolares y de la del profesor de lengua.
El morral del cazador de la aldea donde se guardaban los trofeos de pelo o pluma. De piel de cordero o de paño.
La de la caza es otra faena que se suma al trabajo hercúleo de una agricultura primitiva. Años cuarenta del pasado siglo.
El morral, vehículo de reposiciones alimenticias esperado con ansiedad por la mujer del cazador que despluma y despelleja con habilidad las piezas. Luego, viene el puchero y la sartén.
El placer del perdigacho en escabeche, el banquete de unas patatas con liebre o de una liebre con patatas.
El gozo infantil en el instante sublime de abrir el morral y depositar en aquel patio empedrado tres perdices, dos liebres y un conejo. La satisfacción del padre cazador y de la madre cocinera.
La frustración, la frustración, en ocasiones, cuando la jornada había resultado fallida. El morral.




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