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viernes, 27 de mayo de 2011

MEZQUITA: "QUE POR MAYO ERA, POR MAYO "


Las carrascas de El Castillo en flor

(“Que tanto pasa al término de un día”. La expresión, creo, es un endecasílabo de nuestras letras del Siglo de Oro que no logro adjudicar.  A Silvano le sirve para manifestar su sentir después de lo vivido en aquellos paisajes que han superado las pretensiones iniciales.
Forzó el viaje en una tarde de tremendo calor, capaz de agostar el verdor de las espigas que pretendían granar en torno a El Castillo.
Y, ahora, a vivir del saúco florido de tu niñez que has encontrado, con sorpresa, a la orilla del riachuelo, junto al puente.
La flor de la sauquera del río
Tantas cosas. Toda una vida feliz se precisa para recordar lo sentido en pocas horas. El momento adecuado en el lugar preciso. Momentos que se agrandan como un infinito. El milagro de Dios, el milagro de una Naturaleza que ha terminado de despertar tras el invierno inmisericorde.
Por la ruta de Belchite, llegar este final de mayo a Mezquita es llegar al paraíso tras el paso por el desierto. Todo paisaje suele tener su encanto. El desierto también. Pero qué quieren que les diga. Uno, en esta ocasión, buscaba el edén y a fe que lo encontró.
Y, ahora, a vivir del saúco florido que has encontrado a la orilla del riachuelo junto al puente.
Al fondo, el Monte de Piedrahita
A vivir del matiz ocre que las carrascas en flor siembran por El Castillo.
A vivir de tantos y tantos rosales silvestres que regalan la vista y el olfato por todo el término.
A vivir del verdor del cereal donde la espiga subida en la caña busca su granazón que llegará a término en pocas fechas. Esos mares de espigas de trigo, de hordio. Mar sosegado, mar mecido por el viento. Olas delicadas.
A vivir de rumores y músicas. De rumor y la música y la visión del agua del Nogueta que vive escondido y a la sombra de chopos inmensos y fresnos. Porque llegamos al agua tras abrirnos pasos por graves impedimentos, por una “selva tropical” en busca de un tiempo perdido. Ya no encontramos, ya no estaba allí la perera de la infancia ni la manzanera.
A vivir de la música de los pájaros que llegan a tu lecho desde los chopos, mimbreras, fresnos y sauqueras, a unos metros de tu descansar. La “oliveta”: “cu”, “cu”, sueltos, toda la noche. El cuco con sus “cu-cu” sin pausa.. El ruiseñor  que se despereza al alba con intentos fallidos y temerosos hasta que, al rato, explota en todo su esplendor, rompiendo definitivamente la noche.
A vivir de los caminos, en una ascensión hacia La Dehesa por ver si Pilero nace en el Endrinar o encuentras  huellas de Puerto Oriche.
Desde el solanar
A vivir, en fin…  Que tanto pasa al término de un día

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