28-07-12
Uf, la tarde se agranda en la aldea.
Sobre todo en verano, cuando los días son largos y no hay que atender a la parva. En la aldea, el tiempo cunde
hasta sobrar. En la aldea, el tiempo parece eterno. Y la eternidad no es
tiempo. Es otra cosa. La aldea, un manto que cura la ansiedad. Porque en la aldea las distancias son cortas. El
tiempo largo y la acción, nada
urgente. Las horas no nos persiguen ni nos perseguimos. Cuánto hay que aprender
de nuestro “lugar” donde la tarea
parece hacerse a sí misma.
Las zagalas en chancletas junto a las carrascas |
Silvano
llega a La Olmeda --llamaremos así a
nuestro “lugar” en esta ocasión— el día 23 de julio al mediodía. Pronto, se
hace con ese espacio urbano tan pequeño. Pronto, puede dirigir la vista a la Sierra, tan próxima, tan entrañable,
tan compañera.
Manolo el forjador de sueños junto a la carrasca |
Tras
el almuerzo, ya a la sombra de los muros de la Casa que fuera del Cura,
una hilera de sillas de terraza están dispuestas para quien quiera acercarse a la tertulia sin tiempo y sin asunto.
A lo que va saliendo. Uf, las tertulias
de mi pueblo merecen un detenido estudio sociológico. Una buena tesis doctoral.
Uf, cómo fluye un humor entre cáustico y tierno. Ciertos puyazos hechos de fina
ironía que, al fin, no otra cosa son que sonrisa y hasta carcajada. Diría que
son más bien cosa de hombres. Las mujeres, en sus tertulias, toman otros
derroteros. Está Floren, está Pedro, el pastor, está Manolo, que
siempre llega puntual desde Barcelona. Está José, el de Monforte… Y otros doctores en tertulias. Tertulias que son como monumentos a la ociosidad.
A
Silvano --que es un advenedizo, una ocasión que la pintan calva-- se le atiende en su hambre rural y caprichosa con una diligencia que es digna de
gratitud.
--Me apetece acercarme a Las Carrascas de la Modorra.
--Supongo que no querrás ir andando
con toda la calor.
--Espera que vaya cayendo la tarde y
te acercaré con mi cacharro.
Gruesa tronco de la carrasca, quizá, milenaria |
Es
Manolo, que, con su hermano Andrés,
se acercan a su pueblo desde Cataluña siempre que pueden. Sienten esta tierra,
como su padre, que ya es sentir. Manolo de vuelta de muchas batallas. Manolo el forjador de sueños para quien
el hierro es como la manteca. El artista. Manolo, cuando ya el sol se aproxima
al Cerro, nos lleva con su todo
terreno por caminos pedregosos a Las
Carrascas.
Otra carrasca |
Unas
chavalinas pizpiretas, de la familia, que disfrutan como nadie de la libertad,
se unen a la excursión. Ya lo sabíamos. Pero qué pena, haber abandonado la
niñez. Estela, Irene y Lucía como
cabrillas que hasta suben en chancletas a las carrascas.
¿Y
qué son Las Carrascas que ya tiene
la categoría de topónimo? Parece ser lo que queda de una institución medieval. Tiene que ser muy interesante alcanzar el
origen de esta reliquia, que pervive y a la que tan poca atención se le presta.
Las Carrascas, quizá milenarias, tan
viejas, tan arrugadas, se esconden entra la maleza, entre retoños que crecen en
su entorno.
Por
favor, a quien corresponda –-no sé si al amigo Pedro Elías— libérese a Las Carrascas del ahogo que
sufren para que aparezca un parque de encinas que, quizá, sean milenarias. El parque de Las Carrascas en la ruta de la
Modorra. Por favor.
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