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Las bestias juñidas para la labranza. Las parejas de burros y burras, mayormente, camino del tajo. Cuando el tempero lo pedía, labradores y jumentos se preparan para la labranza y sementera. La cama del aladro dispuesta. Planchuela, barrón bien aguzado, orejeras... El timón que se agarra en el jubo, la esteba en la que el labrador aplica sus manos y fuerza para dirigir y ahondar el surco. La estampa del hombre y las bestias abriendo surcos, peinando la tierra, envolviendo la semilla. Echar la semilla en buena tierra.
En Mezquita, ya no van los cántaros a la fuente, ya no se hornea pan en el horno, ya no surcan la tierra los burros y las burras. Las yuntas trabajando la tierra que apenas se “realda”, se aplana por las faldas de la sierra. Pequeñas parcelas robadas al monte. Es curioso.
Relieve del s. XV |
Muchas parejas para la labor, no para el placer procreativo, eran ya machos ya hembras. O mulos. Sin ir más lejos, el bueno del tio Cipriano no admitía más que burros para sus campos y reniegos. Porque el tio Cipriano renegaba a sus bestias.
Las parejas juñidas, hacia la labor, era un espectáculo que se hurta a los tiempos que corren. Ya no se ven yuntas en la labranza. Ya, afortunadamente, el trabajo lo hacen las máquinas que no sufren.
El aladro, al revés, sujeto al jubo por la reja o barrón. La esteba al aire fresco. El timón arrastrado por calles y caminos, comido por el roce que, con el tiempo, parecía una cuchilla. El labrador con su yunta ahincando la reja en la tierra. Ya no se ve.