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Era la década de los cuarenta. El abuelo Perico venía de la Hilada. De sahumar ratones. Resulta que a los roedores, con demasiada frecuencia, se les ocurría adentrarse en la tierra y dejar hecho cisco el campo de zafrán, la joya de aquella agricultura primitiva. Zahumar ratones era como ahogarlos con el humo que se les inyectaba con un fuelle en los agujeros que fabricaban. El abuelo Perico venía de zahumar ratones en la Hilada. Pareciera que había terminado demasiado pronto la faena.
Por ese camino llegó el abuelo Perico |
La cuestión es que el abuelo Perico
apenas pudo pasar el puentecillo sobre el riachuelo, dejar atrás la fragua y adentrarse
en aquella casa del Barrio Bajo, tan hospitalaria, y tumbarse en la cama para
no levantarse más.
El nieto se ponía de un lado, se
aproximaba: Abuelo, ¿qué tal está? ¿Me
conoce? El abuelo, apenas alguna leve muestra de vida. Que nos consolaba.
Quizá pasaron ocho días. Era muy
pronto. Aún dormíamos. Llegó nuestro padre: Zagales,
pronto, arriba. El abuelo ha muerto. Y fue el primer cadáver que viste en
tu vida. Eras muy joven.
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