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Están
los gorriones, tan de pueblo, tan cercanos, como las palomas, a la vida
cotidiana de las gentes del campo. Los gatos,
los perros, las palomas, las golondrinas y gorriones insisten en acercarse
a la vida del ser humano a la par que aprenden a esquivar sus crueles ataques. Por
razones de subsistencia y por el ancestral instinto cazador patente, sobre todo, en los zagales, se
acostumbra a convertir en blanco de sus pedradas a unos animales tan cercanos.
No sucede con las golondrinas a las que se las respeta. Como animal sagrado. Por mayo, llegan de su emigración y pueden,
con toda libertad, acarrear barro a los aleros de las casas para construir sus
nidos. Asombrosas arquitectas. La golondrina, animal sagrado. ¿Por qué?
Pobres gorriones que anidan como las
palomas en los agujeros de los muros de la iglesia. Inútilmente se acogen a
sagrado estas avecicas. También ponen sus huevos en los agujeros de las curvas
de las tejas que asoman por los tejados. Cuando las crías están a punto de
emprender el vuelo y la libertad, cosa que se adivina por los tonos de sus
llamadas, entonces los mozos piensan en su merienda de gorriones. Con sus
escaleras y sus ganchos de alambre, recorren el pueblo para escarzar los nidos
y hacerse con una buena percha de pequeñas aves, todavía con plumón. La fiesta
de los pajarillos fritos. Pobres gorriones, tan domésticos, tan sobrios, tan
discretos. Tan humildes los gorriones. Tan pardos.
Paisaje
mezquitano sin palomas. Pero también sin gorriones que se fueron al ritmo que
marcaba el personal.
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