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Se
vive con animales que cacarean y pían, que cantan como el gallo y la perdiz.
Que gruñen, que ladran. Que mayan, que rebuznan, que balan. Y animales
silenciosos, como el conejo, que va
por la vida escondiéndose y pidiendo permiso para no molestar.
Ovejas que balan que son las que más
espacio ocupan en la humilde granja cuando no están paciendo por rastrojos,
ricios e iriazos.
Bucolismo |
A
estos seres mansos, los conduce y guarda el zagal ayudado del perro pastor que
allí está para que no haya res que intente salirse del rebaño. En todo rebaño
suele haber alguna cabra y menos cabrones. Más rebeldes que las mansas ovejas y
que dan más faena. Porque, ya se sabe. La cabra siempre tira al monte, y
más el choto, su par macho. Al monte de carrasca cuya hoja punzante es
manjar caprino por excelencia. Y parece más alegre la cabra subida a la
carrasca que la oveja rastreando pastos.
Y
el zagal, que, con una caña, se ha hecho una flauta, mata los tiempos eternos
del pastoreo soplando alguna canción, concordada con la música de los esquilos de su rebaño. Entre los que destaca, el son más ronco del
esquilo de mardano. Cada rebaño
interpreta su música por los campos. Tantos conciertos como apriscos. El campo
es música pastoril.
El pastor y su rebaño |
Claro
que es un pastoreo rural. Y ovejas, ciertamente rudas. Y pastores que poco
tienen que ver con aquellos fingidos pastores de Sannazaro o Garcilaso que
pasaban el pastoreo sonando flautas y derramando lágrimas de amores imposibles
y resignados. Qué tiempos aquellos. Y las mansas ovejas se olvidaban de pastar
escuchando músicas sentimentales. Y se ponían un poco tristes. Y los pastores
ni se enteran cuando viene el lobo. En el fondo, las ovejas y pastores se
tienen afecto.
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