EVOCACIONES MEZQUITANAS-15
15
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Concierto de cencerros |
El balar de las reses era de todos los días. Pero, sobre todo, el balar era un concierto de voces varias en época de cría. Los mansos y graciosos y blancos corderillos quedaban en el llamado “cubierto” del corral mientras sus madres y padre-mardano acudían a los pastos yermos y rastrojos. Largas horas de separación familiar que cada miembro superaba como Dios le daba a entender. Los corderillos, en la ausencia, sueñan con la dulce y blanca leche de las ubres maternas. La oveja siente crecer su instinto al ritmo lento en los espacios campestres de los pastos. Una especie de ansiedad creciente invade el campo y la paridera. Un anhelo de reencuentro al crepúsculo. De liberación. De conciliación familiar.
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Ternura maternal |
Ya vuelve el rebaño. Los rebaños, diez, doce rebaños entrarán en la aldea al anochecer. Rebaños de muchos amos y de muchos corrales. Las calles se llenan de reses y de cagarrutas. En Mezquita, suena el concierto vespertino de balidos adultos e infantiles. Y de esquilos. Y en ese totum revolutum de ovejas y rebaños diversos y balidos sueltos y encerrados, llega el milagro del orden y concierto. El milagro del “destajo”. En cada rebaño puede haber ovejas de dos, tres, cuatro… amos y corrales distintos. Cada oveja a su casa. Los despistes son los menos. Los balidos al máximo y el revuelo de corderos buscando madres, y ovejas buscando hijos, infinito. Y silencio. La ternura, la entrega materna es callada. El mardano, que hace tiempo terminó su labor, indiferente al espectáculo. Insensible y egoísta.
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Oveja con cencerro |
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