Mosén Francisco Borgas y Barreras
Entre los recuerdos primeros que a uno le marcaron para siempre, vividos en aquellos paisajes al pie de la Sierra de Cucalón, están, sin duda, el de las personas que, en los años cuarenta, estaban al servicio de la buena gente campesina.
Ya he dejado constancia de la personalidad sobresaliente del tio Cipriano. Un sencillo alguacil y mil cosas más. Todo, puesto al servicio de aquel “lugar” llamado Mezquita de Loscos. Funcionario ejemplar y divertido. Admirable.
Pero había otros, que también podemos calificar de funcionarios, cuya benéfica acción se ampliaba a Loscos y a otros pueblecitos escondidos en la Sierra. Me refiero a Colladico y Piedrahita. Me refiero a la admirable tarea, heroica, que se exigía al médico, al practicante y al cura.
Personas a las que, a las horas más intempestivas, no les quedaba más remedio que ascender aquellos montes, jinetes quijotescos por “desfacer tuertos”, en sendas cabalgaduras. ¿Se llamaba Margarita la yegua del mosén?
Tres personas con nombre y apellidos y dedicación. Me refiero a D. José Andrés, médico rural si los ha habido, cuyo último recuerdo para mí se remonta a los años ochenta y a algunos encuentros entrañables que teníamos por el Paseo Ruiseñores cuando uno se acercaba a dar sus clases en el Instituto Miguel Servet.
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Iglesia de Mezquita |
Estaba también D. Joaquín Carbó, practicante y comadrón y, cómo no, barbero que cuidaba el pelo y las barbas fundamentalmente de los hombres de Loscos y Mezquita. Por él, llegamos al mundo no pocos chavales de la posguerra. Cómo D. Joaquín me recuerda a aquel Barbero de El Quijote que iba a ejercer su labor entre pueblos y su encuentro con el Caballero que confundía la bacía con el yelmo de Mambrino. Como si a D. Joaquín le hubiera salido al camino el de la Triste Figura cuando, sosegadamente, subía a Mezquita a remojar y pelar barbas de aquellos buenos hombres.
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La vieja torre |
Me gustaría tener más datos de D. José y de D. Joaquín para dedicarles una semblanza, que se la merecen.
Por hoy, me voy a ocupar más detenidamente de Mosén Francisco Borgas Barreras que fue cura de Mezquita, donde residía, y de no sé cuantos pueblos más.
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Ruina de la iglesia de Piedrahita |
Cuando, hace unos años, acudía a los archivos diocesanos de Zaragoza, me encontré con un maestro jubilado, Moisés Pérez, de Aguilón, que prestaba sus servicios a los que acudíamos allí a buscar datos sobre nuestros pueblos, curiosos y abundantes, por cierto. Bien lo sabe Manuel Carbó, el hijo de D. Joaquín, nuestro practicante. Pues bien. Moisés, al enterarse de que uno era de Mezquita, empezó a desgranarme anécdotas sobre un cura de Mezquita, famoso por toda la región.
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Curiosa pila del agua bendita |
Entre las bromas que corrían por aquellas aldeas y pueblos y montes, no era la menor una dignidad que al buen cura le atribuían, con mucha broma, pero con cierto merecimiento. “Sí, hombre, decía Moisés, el cura de Mezquita, el obispo de cinco pueblos”. Pues ese “obispo” de cinco pueblos no era otro que D. Francisco Borgas y Barreras, natural de Azuara, donde había nacido el 3 de diciembre de 1878, festividad de S. Francisco Javier, a las 3 de la tarde. Las aguas del bautismo las recibió al día siguiente. Los cinco pueblos de la jurisdicción de nuestro “obispo” pudieron ser de geometría variable. Mezquita, Loscos, Monforte, Piedrahita, Colladico, Bádenas…Dependía de las circunstancias.
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Una de las campanas |
Si algo hay que decir de Mosén Francisco, por lo que uno recuerda, es que estaba tan inserto entre las gentes de aquellos pueblos como las carrascas, y tan asentado en el lugar como ciertos adornos, huecos textiles, carencias que se observaban en su sotana debido a la brasa del cigarrillo al que era ciertamente aficionado.
Para darle el paso al presbiterado, por marzo de 1903, el Arzobispo de Zaragoza, Dr. D. Juan Soldevila y Romero, como era costumbre, pidió a cuatro próceres de Azuara que testificaran la “buena vida y costumbres” del aspirante y si era “honesto, virtuoso, humilde, recogido, pacífico, cortés, bienhablado, o por el contrario, si es soberbio, altivo, jugador, maldiciente, blasfemo, vengativo, avariento, borracho, deshonesto, jugador, tratante, usurero o notado de otro defecto”. Lo de jugador aparece dos veces.
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Los nuevos dueños de la casa del cura |
No sé, no sé. Demasiado se pide a los curas. Estoy seguro de que Mosén Francisco Borgas carecía de defectos y tenía muchas virtudes. Soy testigo de que no fallaba a la misa diaria y matinal en la iglesia de Mezquita a la que asistía, al menos, la tia María, la sacristana, que se situaba junto a la columna donde estaba la “predicadera” o púlpito y de la que colgaba un cuadro de S. Antonio de Padua del que era muy devota.
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Vista de Mezquita desde el Cabezo |
¿Que en aquellos latines que lanzaba el celebrante, con voz profunda, a las bóvedas, se observaban algunos despistes? Puede ser. ¿Que se precipitaba y urgía, cuando no debía, al monaguillo aquello de “echa vino y toca sanctus”? No lo creo. ¿Que en el memento, en lugar de recordar a los difuntos, rememoraba la partida de cartas y lanzaba un “oros son triunfos”? Alguien que era su monaguillo no puede testificarlo.
Hay cosas que a un cura no se le puede pedir. Juzgando a posteriori, ¿cómo se podía pedir a Mosén Francisco, “obispo de cinco pueblos”, que fuera “recogido”? Con tanto pueblo por pastorear, no hay que exigir peras al olmo, Sr. Arzobispo.
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Seminario de San Carlos, en Zaragoza |
Y tal como se presentaron las cosas y los tiempos, a Mosén Francisco, no se le podía pedir que no fuera “jugador”. Que no echara la partida con el médico o con algunos de sus feligreses. No obstante, me malicio de que, tras alguna visita pastoral, algún aviso le llegaría para que abandonara las cartas. Pero ello era un imposible. Menudo estilo que tenía para cantar las cuarenta. Y cierto mal perder, dicen las malas lenguas.
Un cura jugador y cazador. Porque a Mosén Francisco también le gustaba disparar a las perdices o perdigachos que acudían al reclamo. Tenía buen paladar y gustaba del perdigacho escabechado. Esa espera tranquila y fascinante, escondido entre carrascas mientras se escucha la música de los pájaros. El cha, cha, cha, cuchichí, cuchichí. Cuántas cosas que contar derivadas de la cinegética.
Lo que se podía escribir de este cura es inagotable. Qué buen protagonista Francisco Borgas de una ficción narrativa pero bien fundamentada en la realidad de un cura de aldea. Cura de “misa y olla”, sí, pero también de muchas otras cosas.
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Interior de la iglesia de San Carlos |
Estoy seguro de que algunos de sus monaguillos –sacristanes lo llamábamos- que todavía viven, podrían añadir a este escrito multitud de anécdotas curiosas y divertidas.
A uno, como a muchos de aquella generación, el mosén nos administró las aguas bautismales. Y estuvo por allí, quiero recordar, hasta pasados los primeros años de del medio siglo pasado. ¿Cuándo llegó a Mezquita? ¿Qué año murió?
Sí está en mi poder un autógrafo de nuestro buen cura. No tenía mala letra ni mal estilo. El escrito no deja de ser curioso. Se trata de un inventario que le pide el M.I.Sr. Secretario de la Cámara del Arzobispado de Zaragoza, con fecha 29 de septiembre de 1937. La respuesta, muy diligente por cierto, es de 2 de octubre. Firmada en Mezquita de Loscos por Francisco Borgas, Regente. Ello quiere decir que en 1937, en plena guerra, Mosén Francisco ya dirigía la parroquia de San Juan Bautista de Mezquita. No en calidad de vicario o párroco sino sólo de regente.
¿Y el inventario? Se trata de que se relacionen “los objetos artísticos existentes” en la parroquia. La enumeración no puede ser más magra:
· Un cáliz, “creo de algún valor”
· Una custodia con su viril
· Una cruz procesional
· Un incensario y su naveta
· Una casulla color encarnado
¿No más había en la iglesia de Mezquita para inventariar? ¿O es que por esas fechas ya se había llevado a cabo el saqueo e incendio de la misma? Nada difícil sería comprobar el asunto.
En 1937, cuando eso se escribió, Mosén Francisco estaba a punto de cumplir los sesenta años y treinta y cuatro de presbítero. ¿Cuántos años como “obispo de cinco pueblos”? ¿Qué otras parroquias se beneficiaron de su misión?
En cuanto a sus años de seminario, algo sabemos. Nos enteramos por certificado de D. Valero Lafuente y Segura, Rector del Seminario de S. Francisco de Paula, de que el residente Francisco Borgas era persona de “buena conducta moral y religiosa”.
El Seminario de S. Francisco de Paula era residencia de pobres. En la antigua casa de jesuitas, más conocido por S. Carlos, por su iglesia. Con trabajos que podían hacer para la comunidad se pagaban sus estudios. Allí, coincidió en el tiempo con el notable escritor vanguardista, Benjamín Jarnés, natural de Codo. De una familia de más de veinte hermanos. Allí estuvo de 1900 a 1909. Al fin prefirió la escritura a la tonsura y abandonó el seminario.
Aunque esta residencia de pobres, si por algo se hizo famosa, no fue por Francisco de Borgas ni por Benjamín Jarnés. Mucho se ha escrito del paso por S. Carlos de Josemaría Escrivá de Balaguer que por allí anduvo entre 1920 y 1925. Lo que se ha escrito sobre la estancia del fundador de la Obra en el seminario de pobres de Zaragoza es río abundoso.
Por certificado de D. Joaquín Herrero y Vivas, Presbítero, Catedrático y Secretario de Estudios del Seminario Pontificio General de S. Valero y S. Braulio de Zaragoza, nos enteramos de que Borgas no era mal estudiante y del bosque de materias que hubo de superar en muchas de ellas obtuvo la calificación de Benemeritus y, en otras, de Meritus.
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Juan Soldevilla que ordenó a Francisco Borgas |
No podemos terminar este trabajo sin insistir en el Arzobispo Juan Soldevila y Romero que llega a Zaragoza justo cuando nuestro cura terminaba sus estudios eclesiásticos en S. Francisco de Paula. Precisamente es este Arzobispo el que le da el paso al diaconado y presbiterado, según consta en documentos en nuestro poder. Un arzobispo que había nacido en Fuentelapeña (Zamora, 1843). Accedió al obispado de Tarazona en 1889. Arzobispo de Zaragoza, en 1901. Un hombre al que se le conoce una actividad desbordante no sólo en el aspecto eclesiástico sino también en el político –fue senador—y en el económico –fundó, al parecer, 1905, lo que conocemos como la CAI--, en las obras del Pilar, en los regadíos del Valle del Ebro… En 1919 fue nombrado cardenal de la Iglesia Católica.
Pero el recuerdo de este Príncipe de la Iglesia es fundamentalmente trágico. Un crimen excepcional dentro de la historia eclesiástica. Uno de los atentados del anarquismo español más notables. Fue el 4 de junio de 1923. Unos meses antes de que Miguel Primo de Rivera iniciara su Dictadura.
El Cardenal, como hacía frecuentemente por las tardes, se dirigía a su finca y las escuelas que fundara en El Terminillo, hoy inmerso en el barrio de Delicias. Entonces, alejado del casco urbano. Cuando su coche llegaba al lugar, unos quince disparos terminaron con su vida. La conmoción en toda España fue tremenda.
Nos podemos imaginar cómo afectó la noticia a nuestro Francisco Borgas Barreras bajo cuya autoridad comenzó su vida sacerdotal.
Mosén Francisco, personaje curioso, divertido y campechano.
(Semblanza biográfica que se publicó en el NÚMERO 76 de ORICHE, febrero de 2012)